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José Almendro Fernández, Don José Almendro o Pepe para los amigos, nació en Cádiz el 28 de febrero de 1924. Era el mayor de cinco hermanos y no pudo seguir la carrera de marino, como su padre, debido a problemas de la vista. Afortunadamente para miles de ilicitanos su verdadera y definitiva vocación fue la Medicina, carrera que estudió en la Universidad de Cádiz donde se licenció en 1946.
Don José Almendro llegó a Elche en 1948 después de haber ejercido un tiempo la profesión en su ciudad natal. Vino animado por otro médico, Jesús Padilla Salmerón, quien le habló de las posibilidades de desarrollo profesional que existían en nuestra ciudad. Como en parte sucede ahora, la demanda de asistencia sanitaria era creciente en esa época debida al desarrollo económico y al rápido aumento de la población debido a la inmigración. El doctor Padilla, de origen murciano, había estudiado en Cádiz y recaló en Elche por razones familiares y profesionales, donde ejerció hasta su jubilación. Años después, uno de los hermanos de Don José, Rafael, que era practicante, o como se dice ahora enfermero, le siguió y también se instaló definitivamente en nuestra ciudad.
El entonces joven médico residía en el Hotel Sol hasta que dos años después se casó con la maestra gaditana Encarnación Padilla, sobrina y ahijada de Don Jesús Padilla. El matrimonio se instaló en la calle San Isidro, frente al Colegio de las Carmelitas, donde tuvieron su vivienda y la consulta particular. Unos veinte años más tarde se trasladaron a la también céntrica calle de Juan Ramón Jiménez. Encarna, dedicada a llevar adelante la casa y criar a los hijos de la pareja, fue también un apoyo constante en toda su carrera profesional y una ayuda inestimable en la consulta que Don José mantuvo hasta su jubilación y retirada de la profesión. Del matrimonio nacieron tres hijos, José (también Pepe para los amigos), Carlos y María Asunción, que siguieron la tradición paterna. En la actualidad Carlos ejerce de médico en Cuenca, y María Asunción y Pepe en Murcia y Totana respectivamente.
Don José empezó a trabajar en el Servicio Nocturno de Urgencias, en la Casa de Socorro, de 9 de la noche a 9 de la mañana. Los servicios de urgencias son relativamente recientes y durante mucho tiempo sólo hubo un médico de urgencias para todo Elche, tarea que se organizaba a turnos entre los facultativos. Hacía sustituciones, hasta tres a la vez, hasta que obtuvo su plaza en el ambulatorio de San Fermín. Al principio, la atención al paciente no estaba tan masificada. Con el paso del tiempo y la generalización del Seguro de Enfermedad, las consultas del ambulatorio se fueron atestando. De 20 ó 30 enfermos diarios, se pasó a los 80 en la época en que dejó de ejercer. Don José, como otros colegas, llegaba todos los días con mucha antelación para poder atender a sus pacientes con tiempo suficiente.
La Medicina que se ejercía a la llegada de Don José Almendro, y durante bastantes años, no se parecía en algunos aspectos a la especializada, tecnificada y burocratizada asistencia sanitaria de nuestros días. Había pocos médicos, menos especialistas y no se disponía de los medios tecnológicos, diagnósticos y terapéuticos actuales. Con mucho voluntarismo y resolución, los médicos desempeñaban una medicina integral: hacían cirugía menor, atendían partos y practicaban transfusiones. Actuaban como especialistas, tanto de forenses como de anestesistas en intervenciones quirúrgicas. Habitualmente se daba a luz en casa, y Don José ayudó también en ocasiones al ginecólogo Carlos Morenilla en partos difíciles. La falta de medios la compensaban estos esforzados profesionales con su experiencia, dedicación y toda la formación e información que pudieran obtener. Era habitual que trataran entre ellos los casos complicados, lo que facilitaban Las buenas relaciones que en general mantenían los médicos de la ciudad entre sí.
Se hacían muchas visitas a domicilio, siendo frecuente quince, veinte o más diarias en épocas de gripe. Abundaban los desplazamientos al campo. Al principio venían los parientes del enfermo a avisar en bicicleta o tartana, en la que llevaban al médico hasta su casa. Las visitas en la ciudad las comenzó a realizar Don José a pie para pasar sucesivamente a hacerlo en bicicleta, en moto y por último en coche. No había teléfonos móviles, lo que habría facilitado mucho su trabajo, y el sistema de avisos para visitas exigía llamadas continuas al ambulatorio, hasta cierta hora, y a casa, a la que fuera, para ver si había que ver a más enfermos. También había sorpresas, como encontrarse con llamadas de enfermos a última hora después de una agotadora jornada o durante la noche.
La relación con el paciente era muy estrecha y en casos graves se les visitaba varias veces en el mismo día. Dolencias que hoy en día exigen el ingreso hospitalario se trataban a domicilio. El médico gozaba de un reconocimiento personal y social enorme. La llegada del médico a la casa del enfermo suponía un gran alivio para el enfermo y su familia. Parecía como si se produjera una especie de transferencia de la responsabilidad de la enfermedad hacia el facultativo, resultado de la confianza que se depositaba en él y de la autoridad que revestía la profesión. La relación de confianza y el buen trato eran recompensados con numerosas muestras de reconocimiento por parte de los pacientes.
El momento más amargo de su vida profesional lo vivió cuando se produjo el derrumbamiento de la plaza del Raval el 14 de mayo de 1955. Debajo de la plaza se encontraba un refugio antiaéreo de la Guerra Civil que repentinamente cedió. Seis jóvenes quedaron sepultados, falleciendo cuatro de ellos. Don José se encontraba precisamente sustituyendo al forense y estuvo todo el tiempo a pie de obra siguiendo el rescate de supervivientes y cadáveres. Posteriormente participó en la realización de las autopsias. Siempre se refería a este suceso con gran emoción.
Se jubiló de su trabajo en la sanidad pública en 1994 al cumplir setenta años. Continuó durante un tiempo atendiendo su consulta privada hasta que tuvo que dejarla por problemas de visión. Falleció en septiembre de 2003.
Don José Almendro era un hombre afable, entregado a su profesión, siempre dispuesto, a quien era difícil ver enfadado. Su tiempo libre estaba dedicado por completo a la familia y los mejores momentos de ocio eran los que pasaba en su apartamento frente al mar en Santa Pola, tal vez añorando esa vida marinera que de joven soñaba con vivir. Los pocos minutos de descanso de los que disponía entre las consultas y las visitas los dedicaba a tomar un rápido café matutino en la confitería Miquel, junto al ambulatorio. Allí departía con sus amigos: el farmacéutico Matías Ruiz, el trágicamente fallecido Guillermo García de muebles Murillo, Juan Ros, y compañeros de profesión. Lector voraz, todos los días repasaba con detenimiento la prensa local y nacional y siempre tenía a mano algún libro abierto y muchas revistas médicas. Los ilicitanos le recuerdan con aprecio, cariño y mucho agradecimiento.
José María Martínez Selva
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