|
Don Lorenzo de la Rica Egea fue maestro titular de la
Escuela Unitaria número 9, ubicada en la calle 13 de Septiembre, hoy de Miguel Hernández. Por ella pasaron centenares de ilicitanos, entre los años 40 y 70, en quienes dejó un recuerdo y gratitud imborrables, junto con una formación básica imprescindible para la vida, tanto en conocimientos como en valores y actitudes.
Don Lorenzo nació en Valladolid en 1912, ciudad en la que estudió Magisterio. Obtuvo plaza en Medina del Campo y huyendo de los rigores del clima de la Meseta Norte consiguió que un amigo suyo le permutara su plaza en Elche. Llegó a nuestro ciudad en el curso 1934-35 para enseñar en las legendarias Escuelas Graduadas. Al estallar la Guerra Civil fue llamado a filas como sargento en el Ejército de la República, en el que sirvió hasta terminar la contienda. No fueron tiempos fáciles para nadie y don Lorenzo estuvo siempre bajo la sospecha de ser afecto a los sublevados. Con el bando nacional no le fue mejor. Al terminar la guerra pasó tres meses en prisión por la falsa acusación de haber sido voluntario y ostentar el rango de oficial. Una vez liberado fue represaliado con el traslado forzoso a Villena donde ejerció de maestro durante varios años. A principios de los 40 volvió a Elche ya como titular de la Unitaria número 9, donde impartió docencia la mayor parte de su vida.
En 1947 contrajo matrimonio con doña Asunción Bernal, a quien había conocido poco tiempo después de su llegada a Elche. Doña Asunción fue durante muchos años titular de la Farmacia de la calle de El Salvador. Fruto de este matrimonio nacieron cuatro hijos, Andrés, Jerónimo, Lorenzo y Adela. Jerónimo y Lorenzo han seguido la carrera docente y son profesores en un instituto de enseñanza media de nuestra ciudad. Adela y Andrés son médicos y ejercen respectivamente en Madrid y Salamanca. Andrés de la Rica ha sido durante muchos años Profesor Asociado de Psiquiatría en la Facultad de Medicina de la Universidad de Salamanca.
El desarrollo económico, el crecimiento urbano y la gran inmigración crearon en Elche necesidades de infraestructuras y servicios que apenas podían ser satisfechas. Entre estas necesidades destacan, y así ha sido durante siglos, las educativas. Las escuelas unitarias esparcidas por la ciudad y comarca proliferaron a lo largo del siglo XX en un intento de responder a la demanda educativa creciente. Ocupaban locales o casas particulares con unas condiciones de equipamiento mínimo que hoy en día se podrían describir caritativamente como austeras. Las remuneraciones de los maestros de escuela eran precarias y se mejoraban con las "permanencias" que con carácter más o menos voluntario abonaban los alumnos. Una dificultad no menor era que convivían estudiantes de distintos cursos y edades que necesitaban una atención diferenciada.
En este contexto, las cualidades personales del maestro desempeñaban un papel esencial. A su favor estaba, y no es poco, la confianza total con la que las familias entregaban a sus hijos, producto tanto de unas expectativas de éxito moderadas como del respeto entonces vigente a la autoridad docente. Puede decirse que en esa época los padres necesitaban a los maestros.
En la escuela unitaria de la calle 13 de Septiembre se guardaba una cola algo informal para entrar, dejando las "carteras" (no había mochilas) en fila. La escuela propiamente dicha era un aula multiuso con los pupitres ordenados en hileras frente a la mesa de don Lorenzo, siempre atiborrada de libros, cuadernos y papeles. En invierno, el calor provenía de una imponente estufa que funcionaba con leña y, a veces, con carbón. Los robustos pupitres bipersonales conservaban los huecos para la tinta y para los palieres y plumillas del recado de escribir de épocas anteriores. Las clases se impartían en el rincón de la pizarra, donde por riguroso orden de saber la lección, los alumnos se sentaban en un banco, en sillas o (los más retrasados) permanecían de pie. Un amplio y luminoso patio adyacente, parcialmente cubierto, daba algo de alegría al local. En él se jugaba mayoritariamente al "marro" y al "Chichi faba". Las "chapas", la "bombilla" y el "gua", por razones obvias en este caso, se practicaban extramuros.
Las clases de don Lorenzo eran intensas, vívidas, basadas en la explicación y demostración en la pizarra, el ejemplo, la repetición colectiva en voz alta y la pregunta súbita acerca de lo expuesto. La recompensa a haber estudiado, a la buena retentiva y a responder correctamente era adelantar en el asiento a los que no lo hacían. Don Lorenzo desprendía autoridad y hablaba de usted a los alumnos, por muy pequeños que fueran. La disciplina se aplicaba con la reprimenda típica ("si usted ha tenido tiempo de dormir, ha tenido tiempo para hacer los deberes") y con el uso, escaso todo hay que decirlo, de la regla para las transgresiones más graves. Don Lorenzo era conocido porque uno de los "castigos" era abrir la escuela los domingos para que los rezagados que no sabían la lección la aprendieran. Incluso a algunos se los llevaba a casa los fines de semana, domingos incluido, a comer hasta que la aprendían o terminaban los deberes.
Acudían mayoritariamente niños del vecindario, pero también de otros barrios de la ciudad. Algunos de ellos continuaron los estudios de enseñanza media, en su vertiente libre u oficial, mientras que otros pasaron a alimentar la fuerza de trabajo de la industria del calzado, o a emplearse como contables y escribientes en la banca y las empresas. Aunque algunas de las modernas teorías pedagógicas hubieran pronosticado a los alumnos de las unitarias un futuro de miseria intelectual, lo cierto es que muchos accedieron a la universidad y, con título universitario o sin él, son en la actualidad profesionales, empresarios, directivos o funcionarios con residencia en Elche y en otros lugares de España y del mundo.
Los libros que se usaban eran los prescritos oficialmente, ya que don Lorenzo era un cumplidor estricto de la legalidad vigente. Se empleaban las enciclopedias de Álvarez, en desaparición progresiva, y los cuadernos de caligrafía y de cálculo de Rubio. Hay que resaltar y reconocer el uso intensivo que se hacía de Mis Dictados y de la Ortografía de Miranda Podadera, que ayudó a mozalbetes ignaros a convertirse en personas capaces de expresarse oralmente y por escrito en un castellano correcto sin faltas de ortografía ni de dicción. No era ajena a esta proeza en mejorar las habilidades lingüísticas de niños, que en buena parte tenían como lengua materna y de uso diario el valenciano, la forma de practicar la lectura. Se leía diariamente en voz alta, proceso que se debía seguir atentamente porque cualquiera, a la orden de "siga usted", podría ser el siguiente. La escucha atenta, la imitación, la corrección de la pronunciación en público resultaba muy eficaz. Los libros de lectura escolar, también de la época: El Quijote, en versión casi para niños, Cristo es la Verdad y España es Así. Este último era un libro de historia sui generis, de un patriotismo delirante.
Don Lorenzo era un persona culta que nunca dejó de formarse y actualizar sus conocimientos. En los ratos en los que los alumnos estudiaban, mejoraba su francés. Se recicló a la teoría de conjuntos, siguiendo cursos en Alicante y Barcelona, cuando ésta se convirtió en el estándar de la enseñanza de las matemáticas escolares. Ya a cierta edad comenzó a aprender inglés en centros especializados, incluyendo una estancia veraniega en Inglaterra para mejorar el idioma. Los últimos cursos estuvo destinado en el Colegio Público Hispanidad precisamente impartiendo inglés. Después de 39 años de servicios, se jubiló prematuramente debido a una afonía crónica.
Don Lorenzo de la Rica era una persona profundamente religiosa en quien eran inseparables sus creencias de su vocacional entrega a la enseñanza. Pero sobre todo era una persona muy trabajadora, recta y honesta con un elevado sentido del deber, de la integridad y de la responsabilidad que intentó inculcar y en buena medida lo consiguió a todos sus alumnos. Para los que tuvimos la oportunidad de tratarle de cerca, su rectitud y severidad castellanas se transmutaban en una personalidad afable y de buen humor. Aunque hayamos olvidado buena parte del contenido de las materias (Matemáticas, Religión, Geografía, Geometría) conservamos su recuerdo como ejemplo de responsabilidad y de cumplimiento del deber, valores que no está de más recordar en estos tiempos.
José María Martínez Selva |
|