D. GINÉS ROMÁN

 

Esta sección de la revista tiene con finalidad recordar a un ilicitano ausente que ya ha completado su recorrido temporal, abandonando para siempre las calles y casas de esta ciudad, sus huertos de palmeras, fiestas y costumbres que configuraron su historia personal, para adentrarse en el abrazo eterno de un Dios que es Comunidad de Vida y Amor.

Quiero compartir, con los que leéis estas páginas, el recuerdo –que quiere ser agradecimiento– de la figura de un sacerdote muy querido por los ilicitanos; un sacerdote que ha intervenido activamente en la historia reciente de nuestra ciudad, dejando un rastro de bondad humana y sobrenatural bien patente, haciendo realidad, en su porte y trato, una Iglesia amable, abierta y sensible a las necesidades de los demás, preocupada también por la cultura y por la promoción de los auténticos valores que dignifican al ser humano. Ese sacerdote, lo sabéis muy bien, es D. Ginés, un sacerdote que podríamos definir como “católico –universal–, afable y cercano”.

Los que hemos conocido durante muchos años a D. Ginés, nos hemos sentido “invadidos” por su profunda humanidad. Cuando por primera vez entrabas en contacto con él para plantearle alguna preocupación que te inquietaba, o sencillamente para hacerle una consulta ante un tema complicado, notabas como él, con sencillez, hacía fácil lo que parecía difícil a primera vista. Y este era un rasgo permanente de su carácter: se esforzaba para que las cosas nos resultaran más fáciles. Abría puertas y caminos donde muchos sólo veíamos muros y barrancos infranqueables. Lo que animaba esa actitud era, no sólo un amor inquebrantable a Dios que le hacía ver en cada persona el rostro de Cristo, sino también lo que había aprendido de sus padres, Andrés Román y María García, y de su familia: que Dios es más grande que los problemas y dificultades.

Su infancia y adolescencia no fue fácil. A los 11 años tuvo que vivir ese enfrentamiento fratricida que sembró España de hermanos muertos. Ginés compaginó sus actividades de colegio y los juegos por las calles del Raval con horas de trabajo en la fábrica de harinas y de aprendiz en “El Cisne”. Vivió después los duros años de la posguerra: tiempos de escasez de tantas cosas. Pero en su casa siempre –especialmente durante los 3 años de la guerra civil– se vivió un ambiente cristiano de confianza en Dios, de esperanza y de alegría. Una profunda y sincera devoción a la Virgen de la Asunción presidía la vida cristiana de esta familia ilicitana.

Normalmente cuando en una familia se vive la fe con alegría y generosidad, cuando los padres encarnan en sus vidas y valores evangélicos de un modo atrayente, en los hijos aparece la inquietud por una vocación de entrega total a Dios y a los demás. Y esto ocurrió con Ginés. A los 16 años descubrió dentro de sí mismo la semilla de la vocación sacerdotal que desde la eternidad Dios tenía reservada para él. Con Ginés también se fueron al Seminario otros ilicitanos, compañeros suyos de niñez, juegos y tertulias.

En vísperas de San Miguel de 1941 empezó el curso en el Seminario de Orihuela. En esta nueva etapa, en el horizonte del joven seminarista apareció y arraigó con fuerza, además del Latín, la Filosofía y la Teología, un elemento de su formación que influiría para siempre en su historia personal y en el ejercicio de su ministerio sacerdotal: la música. Para D. Ginés la música fue parte integrante de su entrega a Dios. El Señor le había concedido ese don, y D. Ginés lo trabajó constantemente hasta el final de sus días. Y con él dio gloria a Dios.

Después de 11 años, fue ordenado sacerdote el 30 de Marzo de 1952. El 21 de abril cantó Misa en San Juan Bautista, en el Raval, y empezó su ministerio sacerdotal. La tónica de su labor ministerial fue siempre la fidelidad a la Iglesia, la obediencia filial al Obispo y su entrega sin límite a la atención espiritual y humana de los fieles. Y poco a poco se fue hilvanando, en la trama de la historia de este sacerdote, parroquias de distintos puntos geográficos de la Diócesis: Ntra. Sra. De Belén de Crevillente, Santa María de Elche, Santa María de Villena, Ntra. Sra. Del Carmen y Ntra. Sra. De los Ángeles en Alicante, y el Sgdo. Corazón de Elche.

Si contempláramos las huellas que este sacerdote ha dejado en cada uno de estos destinos parroquiales descubriríamos una constante, una realidad que siempre se repite: intentó revitalizar la vida de las comunidades parroquiales en las que estuvo. Aplicó su imaginación al servicio de su apostolado: creó coros parroquiales, su preocupación social se concretó en la fundación de una escuela de aparadoras para mujeres en Villena, y de una guardería y un colegio para niños gitanos en Alicante; abrió la parroquia del Sgdo. Corazón de Elche a las cofradías de Semana Santa y su dedicación a la atención de niños, adolescentes, jóvenes, novios, matrimonios y enfermos fue incansable. Cuando en el año 2000 me hice cargo de la parroquia de El Salvador, me dio el siguiente consejo: “Que la gente de todas las tendencias, de todos los estamentos sociales, pueda entrar en la parroquia y encontrarse a gusto. Son sacerdotes para todos, no sólo para unos cuantos. Facilita las cosas a la gente. No le pongas muchas dificultades. Estamos para ayudar, no para poner pegas. Si haces esto mucha gente se acercará a la Iglesia y se encontrará con Dios”. Creo que este consejo puede resumir todo lo que ha sido su ministerio sacerdotal en las parroquias donde D. Ginés ha estado.

No puedo terminar esta breve semblanza sin hacer referencia a dos realidades que D. Ginés llevaba en el corazón.

La primera de ellas es el Misteri. No voy a decir nada nuevo, porque de D. Ginés y de su vinculación al Misteri y a la Venida –de la que fue capellán durante muchos años– ya se ha dicho casi todo. Llevaba el amor a la Virgen de la Asunción en la sangre, creciendo con él y fertilizando gran parte de su ministerio sacerdotal. Sus años de Mestre se recordarán siempre como una etapa de consolidación y de rigor musical. Sólo quiero recordar uno de los momentos en los que más he admirado a D. Ginés en su relación con el Misteri: el momento en el que él, ya jubilado, con pocas fuerzas, que ya pensaba que lo había hecho todo en el Misteri, recibió el encargo de dirigirlo de nuevo en unas circunstancias difíciles y de un modo urgente. D. Ginés asumió el reto. Era una situación delicada. D. Ginés era consciente de que ya no era aquel joven sacerdote que dirigía la Capilla con fuerza y destreza. Pero aceptó el desafío. Lo hizo por la Virgen, por el Misteri, por los ilicitanos y por el Patronato. Me acuerdo que le grabé aquellas representaciones y se las regalé diciéndole: “Ud. es como El Cid. Gana batallas después de muerto”. El esfuerzo que hizo fue inmenso pero también experimentó el inmenso agradecimiento del pueblo de Elche por este último gesto de entrega al Misteri. De nuevo el amor a la Virgen le ayudó a realizar muy bien el encargo recibido.

La segunda de ellas es su pertenencia a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y Opus Dei. D. Ginés fue un sacerdote enamorado de su ministerio sacerdotal porque puso los medios para vivirlo con intensidad. Él descubrió que también, junto a la vocación sacerdotal, el Señor le había concedido la vocación al Opus Dei. Y para mí, que también pertenezco a la Obra, D. Ginés ha sido un referente sacerdotal importante desde el principio de mi sacerdocio. Fue de los primeros sacerdotes del Opus Dei en la Diócesis, y siempre vi en él afán de formación, asistiendo a reuniones, charlas, y conferencias con la ilusión de un sacerdote novel. Hasta el final, hasta que sus fuerzas se lo permitieron, estuvo “trabajando” de sacerdote, siendo cien por cien sacerdote. Y así, poco a poco, minuto a minuto, fue entregando su vida por la Iglesia, por el papa y por todos los hombres.

Don Ginés, sacerdote católico, afable y cercano, gracias por tu vida, y descansa en la paz de tu Señor. Amén

Vicente Martínez Martínez
Vicario Episcopal y Párroco de El Salvador