Falleció hace ya más de ocho años (el 17 de abril del año 2000), y sin embargo su recuerdo sigue imborrable para las generaciones de ilicitanos que estudiaron y aprendieron con ella.
Difícil será de anular aquello que impregnó la vida y las vivencias de cientos de jóvenes que quedaron marcados para siempre por su magisterio.
Si algún término podemos utilizar para intentar condensar su trayectoria vital ese es el de docente magistral en el más amplio sentido y con el más profundo de los significados.
Doña María Selva Esclapez nació el 9 de marzo de 1919, en la calle Salvador, sus raíces familiares, sin embargo, estaban en el campo de Elche y estaba emparentada por parte de su padre con los Selva y con los Ferrández, mientras que su madre tenía su ascendencia en los Esclapez y en los Parreño.
No había cumplido los dos años cuando entró en el colegio de las Carmelitas donde permaneció hasta que pasó al Instituto que, una vez instaurada la República, se creó en Elche.
Sus estudios de bachillerato los finalizó en mayo de 1936 y a partir de entonces apostó por la carrera docente y pedagógica.
La Guerra Civil y sus terribles consecuencias le marcó y le hizo variar su curso vital hasta el extremo de obligarle a interrumpir sus estudios de Magisterio, que inició en Murcia y que posteriormente, tras el final de la fratricida contienda, concluiría en Alicante.
Dio sus primeros pasos como maestra en Pego, pero no tardó en regresar a Elche donde en 1942 se casaría con Carlos Martínez, del que nacerían sus seis hijos (Diego, Carlos, Pedro, José María, Juan y Rosa).
La pérdida del negocio familiar (una fábrica de alpargatas de finales de la década de los 40) de su marido le obliga a reencontrarse con la docencia que había dejado de lado unos años antes.
Fue con otro ejemplar profesor de aquella época, don Lorenzo de la Rica a quien sustituyó en su escuela de 13 de septiembre, un local que perviviría como espacio pedagógico unitario hasta los años setenta.
Allí comenzó a preparar a niños para el ingreso y para el bachiller y en ese momento se adentró en el conocimiento del Latín, parcela en la que se convertiría en experta transmisora de sus conocimientos, bajo los auspicios de un seminarista, según ella contaba en ocasiones, José Moltó en la sacristía de la parroquia de San José de donde fue posteriormente párroco.
A partir de 1953 inició su actividad en la academia en la que se le conoció, y en la que la conocieron más profundamente los que pasaron por sus pupitres.
Allí junto al mencionado don Lorenzo comenzó en la instrucción en sus cursos iniciales de los bachilleres ilicitanos, y después se unieron a la tarea otros profesores muy vinculados a ella como don Vicente Sánchez, don Ángel Roldán o don Pedro Navarro.
Era la instrucción libre, la no consagrada a centros oficiales, pero no por ello menos válida, ni menos eficaz.
Con la Ley de Educación de 1970 y la finalización de este tipo de estudios su tarea se concentró en las labores de repaso de aquellos alumnos que lo necesitaban o de los que querían asentar sus conocimientos en una época en la que la Educación comenzaba a entrar en una crisis de la que todavía no ha logrado escapar y donde los cambios en los planes de estudio marcaban y afectaban a sus más directos implicados.
Así se mantuvo doña María hasta que la ley de la vida le obligó a cesar en su actividad con la tarea más que cumplida y con la satisfacción de haber sido útil a la sociedad en la que estuvo inmersa. Ilicitanos de varias generaciones depositaron en ella toda su confianza para la instrucción de sus hijos y a buen seguro que no les defraudó porque se volcó de forma excepcional en la docencia en unos tiempos complicados y difíciles y cuando la expansión industrial de la ciudad requería de jóvenes bien preparados para seguir el crecimiento social y productivo de Elche.
Nadie le podrá negar que su magisterio representó una parte importante e imprescindible de la pedagogía de las décadas de los años 50, 60, 70 y casi 80.
Ella supo transmitir a todos los alumnos que se sentaron en sus aulas los conocimientos necesarios de las materias requeridas, pero también una formación integral porque ella pretendía inculcar una educación en el más amplio significado del término y para ello no escatimó esfuerzos, ni horas, en una tarea que a menudo se podría calificar de colosal, sin descuidar en lo más mínimo su labor para sacar adelante a su familia y a sus hijos.
El recuerdo de estas líneas de la figura de Doña María Selva despertará la nostalgia de aquellos tiempos y para sus protagonistas directos la añorada vista atrás de un periodo de sus vidas que les marcó para siempre, porque su huella fue imborrable.
Fernando Ramón
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