Desde pequeño ha tenido las ideas claras, lo que ha sido determinante en la conformación de un carácter emprendedor que le ha permitido consolidar su negocio. Antonio Albaladejo es un claro ejemplo de un trabajador nato que paso a paso, con una humildad que constituye un gran valor en los tiempos que corren, ha ido afrontando retos que le han puesto en la encrucijada en numerosas ocasiones, pero que ha salvado con éxito. Con una larga trayectoria, a sus 71 años, se siente orgulloso cuando habla de su empresa y de sus hijos, cuya implicación en el negocio, asegura el relevo generacional. Ha luchado de frente contra el cáncer y lo ha vencido, y el mundo del automóvil, sector en el que ha trabajado desde pequeño, forma parte de su vida. Antonio Albaladejo tampoco ha dejado nunca de vivir con emoción las tradiciones de Elche y ahí ha estado siempre que se le ha necesitado.
-Hablemos de sus inicios. Desde pequeño ha trabajado en el sector del automóvil y ha tenido claro que era su vocación profesional. Cuéntenos cómo fueron esos comienzos...
-Sí, se podría decir que constituye una trayectoria muy extensa, de 63 años de trabajo. Empecé a los 8 años, y mi padre era jornalero del campo, mientras que mi madre se dedicaba a entachar zapatillas. Antes de los 8, había crecido en el Huerto de Cañote, cerca del Huerto de la Virgen, junto a la antigua fábrica de conservas. Éramos tres hermanos, aunque ahora sólo quedo yo. Tenía 6 años cuando fui a la escuela Eugeni d'Ors, y empecé a colaborar en un taller de carros, donde ayudaba en la fragua. Yo por mi propia voluntad iba a trabajar. Y fue entonces cuando decidí ir al taller Burruezo, que era de los más emblemáticos de la ciudad.
-¿Qué hacía en el taller?
-Durante esa época fui feliz con mi trabajo, era aprendiz, barría y montaba piezas, tenía sólo 8 años de edad. A los 14, tenía amigos que se ganaban un sueldecillo en los zapatos y que trabajaban hasta el domingo a mediodía.
-¿Y no probó suerte en el calzado?
-Un buen día, me convencí y decidí ir a una fábrica de zapatos para probar, el de la viuda de Cabrera. Estuve 4 meses, aprendí la mecánica del calzado, pero decidí volver al taller Burruezo. Les dije que no soportaba el calzado. Mi ilusión era el automóvil.
-¿Tiene buenos recuerdos de aquella época?
-Sí, porque aprendí mucho. Poco a poco fui avanzando en el trabajo. Recuerdo que se instalaron en Elche los tres primeros autobuses urbanos y conseguí ir a limpiar esos vehículos por la noche. Gracias a eso, me compensaba y llegaba a cobrar el mismo dinero que si me dedicara al calzado. Ya pasado un tiempo me hice discípulo de Antonio Burruezo. Le tenía mucho cariño. No explotaba a los niños y nunca mentía.
-¿Cuál era su función exactamente?
-Con el tiempo, me cambiaron de sitio y desempeñé mi labor en el campo de la electricidad del automóvil. Mis conocimientos de mecánica me servían para avanzar en ámbitos como la puesta a punto de los coches, me dedicaba a afinarlos para que funcionaran bien.
-¿Y qué pasó cuando le tocó hacer el servicio militar?
-Sí, a los 22 años, me tocó hacer el servicio militar, que realicé en Melilla. Tuve mucha suerte en el cuartel, ya que me coloqué rápidamente gracias a mis conocimientos de mecánica.
-¿Seguía teniendo claras las ideas a su regreso de Melilla?
-Sí, quería montar una empresa. A los tres meses, después de llegar, decidí independizarme, quería saber si tenía aptitudes para montar un taller, así que me lancé a la aventura. Un amigo me dejó 40.000 pesetas. Mi objetivo no era hacer la competencia a mi maestro, así que me instalé en la parte norte de la ciudad. En la Avenida de Alicante, 23, mientras que Burruezo estaba en la zona sur. Era un local de 100.000 metros cuadrados. Recuerdo que el traspaso me costó 36.000 pesetas, y así fue cómo empecé. Fui poco a poco, mejorando el taller. Cuando pude, puse el piso de hormigón. Tenía entonces 24 años.
-¿Qué otras cosas recuerda de aquellos años?, ?fue entonces cuando se casó?
-A los 27 años, con la familia de mi novia, también estuve relacionado con el tema de rallies de coches, donde corría. Fui de los primeros ilicitanos que participó en rallies de coches. Y en cuanto a lo de casarse, era de los que pensaban que en cuanto pudiera dar de comer a mi familia, me casaría, y así lo hice, tenía entonces 28 años. Por aquel entonces, las cosas no me iban mal. El taller fue llenándose poco a poco de clientes, había gente importante, médicos, abogados, y también humildes, como obreros, etc.
-¿No vivió crisis parecidas a la de ahora?
-Aunque ahora hay crisis, yo he pasado por cosas peores, he vivido también situaciones difíciles, y tengo recuerdos de clientes que no podían pagar, como un señor que tenía un 600 y que vivía en Carrús, en las últimas casas. Se le estropeó el coche por la batería. No podía pagarme, le dije que lo hiciera cuando pudiera. Y luego vino con el sobre de la paga, lo primero que hizo fue pagarme.
-¿El crecimiento del parque automovilístico de la ciudad repercutió en que fuera un negocio floreciente?
-Sí, no cabe duda de ello. El parque automovilístico fue creciendo en la ciudad, y así fue como decidí afrontar nuevos retos y ampliar el negocio en ámbitos como el de las grúas, ya que sólo había una, la de Burruezo. Un domingo, estando en Madrid, fui al rastro y me encontré con un camión del ejército del 36. Lo desmonté, lo traje con la Ruta Ibérica y lo transformé. El caso es que con las grúas me fue muy bien. Y además, con el tiempo, compré unos terrenos en San Antón y decidí montar un pequeño desguace de automóviles.
-En el terreno personal, ¿qué supuso la aparición del cáncer?
-Pues sí, a los 40 años, se me cruzó un cáncer en mi vida. Tenía 2 hijos, los dos están ahora en la empresa y estoy muy contento con ellos. Uno es economista, y la otra, a los 17 años dejó de estudiar y se metió aquí también. La verdad es que me encontré con una situación muy difícil. El médico de Puerta de Hierro, del departamento de Otorrinolaringología, me dijo que tenía tres opciones: suicidarme, operarme o morirme. Decidí operarme, lo hizo Balbino Barceló, a quien agradezco mucho todo lo que hizo por mí. El me llevó de la mano a operarme en la Clínica La Luz, por doctores del Puerta de Hierro. Después, a los 45 días, me dijo que urgentemente debían operarme de nuevo porque no respondía. Tuve que hacer testamento porque pensaba que era el final.
Tengo que agradecer a Dios que empezara una nueva vida. Me hicieron un agujero en la garganta, estuve 21 días en Madrid y tuve que aprender a hablar. Ahora, doy clases para que aprendan a hablar otros afectados. Lo hago de manera altruista. Así que se puede decir que empecé una nueva vida, teniendo entonces dos hijos pequeños.
-Su negocio fue ampliándose con el tiempo. Después de las grúas y el desguace, ¿qué proyectos tuvo en mente?
-Con 13 años que tenía mi hijo, me fui al Salón del Automóvil de Barcelona, y visité un stand de una empresa italiana dedicada a los lavaderos automáticos. Compré un lavadero. Fue un reto más en mi vida. Funcionó muy bien y luego compré más, así que tenía lavaderos, grúas, taller y desguace.
Con las compañias de seguro también empezaba a hacer asistencia. Llegué a tener 18 grúas.
-¿Su hijo también tuvo claro que quería seguir con el negocio?
-Mi hijo montó una agencia de viajes pero lo dejó en el año 91, así que se incorporó a la empresa.
-¿Cómo llegó a tener las actuales instalaciones de la empresa, situadas en el Camino de Castilla?
-Antes de eso, un día decidimos alquilar un solar en Alicante y montamos un parque de camiones que funcionó bien. Pero también hubo dificultades. Vendí un trozo para pagar la deuda que debía a los bancos y del dinero que me sobró compré los terrenos del Camino de Castilla donde ahora mismo estoy, con 56.000 metros cuadrados. Aquí pude instalar un circuito de descontaminación y de reciclaje, con ciclo integral del agua, que finalmente utilizamos para regar, de manera que no tiro agua. Cuento con una planta de descontaminación y reciclaje en el Pla de la Vallonga. Se hizo con el correspondiente estudio de impacto ambiental y tuve que conseguir la autorización de la Confederación Hidrográfica del Júcar. Estoy muy agradecido al Ayuntamiento, ya que me asesoró en los primeros pasos que debía dar a la hora de iniciar este proyecto. Después, con la construcción de la autovía, me sacaron 20.000 metros cuadrados, pero he sido compensado y ha habido entendimiento. Ahora el negocio funciona muy bien. Espero que no sea lo último que haga mientras tenga la mente lucida.
-¿Cómo ve a los jóvenes de ahora?, ¿cree que la necesidad agudiza el ingenio a la hora de ser emprendedor?
-Bueno, yo veo que ahora, a los jóvenes se lo han dado todo trillado. No cabe duda de que en mi caso, la necesidad me ha dado ingenio. Creo que para ser emprendedor también hay que tener vocación y humildad.
-¿Siempre ha pensado en la familia a la hora de contar con un negocio próspero?
-Estas instalaciones y las de Vallonga las hice pensando en mis hijos y en sus salidas profesionales.
-Su vinculación con las tradiciones ilicitanas es bien conocida. Colabora con entidades como la Venida de la Virgen, ¿qué recuerdos guarda?
-He realizado colaboraciones altruistas con la Venida de la Virgen, con el tema de las grúas, por ejemplo. Siempre he sido un ilicitano de pro, desde niño he sido católico y he tenido fervor por la Virgen. Recuerdo muchas cosas sobre las colaboraciones que he ido realizando, así como anécdotas, por ejemplo, la de aquella noche, cuando a pesar de que estaba enfermo, con 40 grados de fiebre, tuve que ir al Tamarit, donde había enviado a unos operarios con un camión para llevar la leña. El vehículo se atascó y monté un cirio impresionante a los empleados. Todo parece muy fácil de hacer, siempre que seas lógico en tu forma de actuar, y ellos no habían actuado de forma lógica.
-¿Sigue cultivando su afición por la mecánica y la electricidad del automóvil?
-Sí, sigo con esa afición. Me gusta, me siento feliz.
-¿Se arrepiente de algo teniendo a sus espaldas una trayectoria tan fructífera?
-No, sólo me arrepiento de lo que no he hecho.
Entrevista de José Antón Ferrández
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