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Sobrenombre que llevaba un curioso personaje muy conocido por todo el pueblo en la década de los 60 y 70 del siglo pasado. Delgado y de poca estatura, calzaba zapatos de charol de alargada punta adornados con una gran hebilla plateada; pantalón de los que ahora llamamos de pitillo; camisa blanca, y cuando el tiempo lo exigía tapaba su exiguo cuerpo con una capa española, quizás lo que más le distinguía, a veces tocado con un sombrero de estilo cordobés, remataba su imagen con la compañía de un bastón. Era como si hubiera salido del siglo XIX.
El origen del apodo lo explica Francisco Orts Serrano en su libro "Antología de palabras, dichos y refranes de la comarca de Elche" donde en la página 189 dice «...era hijo de una estanquera y por ello se le conocía como "Pepe el del estanco", que degeneró en "Pepe Tanco"; de aquí derivó a "Pepe Tranco" y al fin terminó en "Pepe Tranca"…».
De carácter afable y buen conversador era fácil verlo en cualquier reunión, donde él era la salsa que aderezaba la tertulia, a cambio prefería que otros pagaran. Su vida está llena de anécdotas, entre otras expondremos una; mandó hacer unas tarjetas de presentación en donde ponía el nombre "José de Illice" y debajo "Varón de Elig". Cuentan que en una fiesta de la alta sociedad madrileña se dirigió al mayordomo, que a la entrada guardaba la casa de las visitas, y le entregó la tarjeta, leyó el mayordomo y dando los golpes correspondientes lo presentó en voz alta como "Barón de Elig", y así entró en la fiesta. El mayordomo sabía leer, pero lo que no sabía era la diferencia entre "Varón" y "Barón".
Después de un tiempo sin aparecer por Elche se le vio llegar un día montado en un coche grande y ostentoso de marca desconocida, como los de las películas americanas, de los que llamábamos un "haiga", que conducía una espectacular rubia, dicen que de origen germano. Sus paseos por Elche no pasaban desapercibidos, ella le ganaba en altura más de dos palmos y si a esto le añadimos que él llevaba entre sus manos a un diminuto perro, regalo de ella, similar al del director de orquesta Xavier Cugat, el cuadro quedaba completo. Fue su momento de gloria, había triunfado, pero igual que vino desapareció.
Cuando volvió a Elche, y entera su vitalidad, se ganaba la vida como representante de una conocida editorial vendiendo enciclopedias y libros a plazos, siendo la mayoría de sus clientes amigos y conocidos. Su labia era temeraria, no lo dudéis yo todavía conservo en mi biblioteca la Enciclopedia de las Flores y las Plantas que me vendió.
J. Salvador Jordan
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